sábado, 11 de diciembre de 2010

El Fogonero [Arte Poética]



Marcos Leiva

Por qué escribir poesía? Por qué hacerlo? Cuál es la motivación principal de un asesino o de un ladrón de joyas, sino que cumplir con un cometido, ya sea seguir a la esquizofrenia/ venganza o sentirse aludido por el hambre, respectivamente. La de escribir, por ende, no tiene otro fin que hinchar los huesos, rememorar el dolor primigenio de nacer, o según las lumbreras felices del Edén con el banquete del sendero de risas. Sea cual sea el caso, yo al escribir tiro a la parrilla un cordero, donde sus comensales huelen ya desde pueblos cercanos el olor de la indócil de éste, el aroma universal de los corderos bravos y no el de un borrego de tofu o de artesanía. Es la técnica del atrapar y no el cordero y su tamaño la diferencia de quien faena con estoicismo la obra, el detalle meticuloso del escribiente, el corte de pellejo.

Al escribir se me olvidan los convencionalismos, pero aún conservo lo de gendarme literario, paseo aún con la luma por los recodos de mis cosas y critico los usos la coprolalia de imberbe, el uso indiscriminado de chutear la pelota al ciego. Cuido el idioma como quien deja caer a un pozo la ropa de un ser desgraciado cuando siento que algunos usos lingüísticos son propios del fascismo o de las instituciones religiosas. Cuando escribo no se me olvida el nombre, sin embargo, siento la gran emocionalidad de un lector o de un fusilero, pateando la bala, usando como estrategia el cuerpo inerte de los caídos, la memoria afiebrada de mis muertos.

Cuando escribo soy del Sur, y no del sur, vale decir, siento el peso histórico de una tierra que se ha explotado o expuesto a las manos de diversas fuerzas que exprimen tanto la economía como su ícono de “monumento natural”. No pertenezco a un club de comedores de kuchenes ni a plazoleta alguna vendiendo canastos de mimbres con pollos, como suele apuntarse a los sureños, pero llevo con orgullo el epíteto de provinciano, pueblerino de Pueblos y Aldeas. Cuando escribo desde el Sur, escribo desde todos los patios baldíos, desde todos los potreros y patios de estacionamientos y no me remito, por tanto, a la tranca o al tractor que servilmente se ha oxidado en el trabajo. No busco el centralismo ni la alegoría a la ciudad, ni rehuyo a los pueblos grandilocuentes. El Sur es un pueblo grande con bosques donde los lobos se aparean con las rocas, y éstas se convierten en ríos de leche a partir que los muchachos toquen el báculo de la escritura. Ésos muchachos son mis amigos.

Cuando escribo no soy del llanto, ni de la alegría, ni del festín, ni de la célula. Cuando escribo soy el callado, el cumbiero, el goleador de barrio, el barrendero de escuela rural, el ovejero, el obrero agrícola con sus manos hinchadas por el frío. No me interesa el lujo ni las narices rebuscadas de la literatura, que politizan el verbo del Hombre. Cuando asumí el escribir fui mi propio batallón y arrastré con cierta vergüenza los primeros días, meses, años, la cabeza de toro que heredé de mis abuelos. El bramido de los que quebraron el empacho de su infancia mental y rebelaron en medio de la Isla del Sur un canto nuevo, gutural.

Quienquiera escribir, ordene bien sus ideas. Calificar para mí es un fraude primerizo, una hoja de ruta que me ayuda a dar primeros pasos en algo desconocido, y que, tarde o temprano termino corroborando. De mis minúsculas experiencias, de mi condición de muchacho, de mi sobredimensionado poder del sujeto, o sea, de ustedes, os incito a quemar la palabra.

En esta fiesta de la poesía, en esta báquica siembra de hombres desperdigados por todos los puertos y las caletas, pueden sentír aún la yunta de diablos pasando por fuera, aún se quiebran las placas tectónicas como el primer día de su Creación. Sea Dios o No-Dios quien juzgue. Yo escribo porque escribo con una brasa del cielo.



martes, 7 de diciembre de 2010

CHARLES BUKOWSKI - DEJE DE MIRARME LAS TETAS,SEÑOR

Charles Bukowski


Big Bart era el tío más salvaje del Oeste. Tenía la pistola más veloz del Oeste,
y se había follado mayor variedad de mujeres que cualquier otro tío en el Oeste.
No era aficionado a bañarse, ni a la mierda de toro, ni a discutir, ni a ser un
segundón. También era guía de una caravana de emigrantes, y no había otro hombre
de su edad que hubiese matado más indios, o follado más mujeres, o matado más
hombres blancos.
Big Bart era un tío grande y él lo sabía y todo el mundo lo sabía. Incluso sus
pedos eran excepcionales, más sonoros que la campana de la cena; y estaba además
muy bien dotado, un gran mango siempre tieso e infernal. Su deber consistía en
llevar las carretas a través de la sabana sanas y salvas, fornicar con las
mujeres, matar a unos cuantos hombres, y entonces volver al Este a por otra
caravana. Tenía una barba negra, unos sucios orificios en la nariz, y unos
radiantes dientes amarillentos.
Acababa de metérsela a la joven esposa de Billy Joe, la estaba sacando los
infiernos a martillazos de polla mientras obligaba a Billy Joe a observarlos.
Obligaba a la chica a hablarle a su marido mientras lo hacían. Le obligaba a
decir:
—¡Ah, Billy Joe, todo este palo, este cuello de pavo me atraviesa desde el coño
hasta la garganta, no puedo respirar, me ahoga! ¡Sálvame, Billy Joe! ¡No, Billy
Joe, no me salves! ¡Aaah!
Luego de que Big Bart se corriera, hizo que Billy Joe le lavara las partes y
entonces salieron todos juntos a disfrutar de una espléndida cena a base de
tocino, judías y galletas.
Al día siguiente se encontraron con una carreta solitaria que atravesaba la
pradera por sus propios medios. Un chico delgaducho, de unos dieciséis años, con
un acné cosa mala, llevaba las riendas. Big Bart se acercó cabalgando.
—¡Eh, chico! —dijo.
El chico no contestó.
—Te estoy hablando, chaval...
—Chúpame el culo —dijo el chico.
—Soy Big Bart.
—Chúpame el culo.
—¿Cómo te llamas, hijo?
—Me llaman «El Niño».
—Mira, Niño, no hay manera de que un hombre atraviese estas praderas con una
sola carreta.
—Yo pienso hacerlo.
—Bueno, son tus pelotas, Niño —dijo Big Bart, y se dispuso a dar la vuelta a su
caballo, cuando se abrieron las cortinas de la carreta y apareció esa mujercita,
con unos pechos increíbles, un culo grande y bonito, y unos ojos como el cielo
después de la lluvia. Dirigió su mirada hacia Big Bart, y el cuello de pavo se
puso duro y chocó contra el torno de la silla de montar.
—Por tu propio bien, Niño, vente con nosotros.
—Que te den por el culo, viejo —dijo el chico—. No hago caso de avisos de viejos
follamadres con los calzoncillos sucios.
—He matado a hombres sólo porque me disgustaba su mirada.
El Niño escupió al suelo. Entonces se incorporó y se rascó los cojones.
—Mira, viejo, me aburres. Ahora desaparece de mi vista o te voy a convertir en
una plasta de queso suizo.
—Niño —dijo la chica asomándose por encima de él, saliéndosele una teta y
poniendo cachondo al sol—. Niño, creo que este hombre tiene razón. No tenemos
posibilidades contra esos cabronazos de indios si vamos solos. No seas
gilipollas. Dile a este hombre que nos uniremos a ellos.
—Nos uniremos —dijo el Niño.
—¿Cómo se llama tu chica? —preguntó Big Bart.
—Rocío de Miel —dijo el Niño.
—Y deje de mirarme las tetas, señor —dijo Rocío de Miel— o le voy a sacar la
mierda a hostias.
Las cosas fueron bien por un tiempo. Hubo una escaramuza con los indios en
Blueball Canyon. 37 indios muertos, uno prisionero. Sin bajas americanas. Big
Bart le puso una argolla en la nariz...
Era obvio que Big Bart se ponía cachondo con Rocío de Miel. No podía apartar sus
ojos de ella. Ese culo, casi todo por culpa de ese culo. Una vez mirándola se
cayó de su caballo y uno de los cocineros indios se puso a reír. Quedó un sólo
cocinero indio.
Un día Big Bart mandó al Niño con una partida de caza a matar algunos búfalos.
Big Bart esperó hasta que desaparecieron de la vista y entonces se fue hacia la
carreta del Niño. Subió por el sillín, apartó la cortina, y entró. Rocío de Miel
estaba tumbada en el centro de la carreta masturbándose.
—Cristo, nena —dijo Big Bart—. ¡No lo malgastes!
—Lárgate de aquí —dijo Rocío de Miel sacando el dedo de su chocho y apuntando a
Big Bart—. ¡Lárgate de aquí echando leches y déjame hacer mis cosas!
—¡Tu hombre no te cuida lo suficiente, Rocío de Miel!
—Claro que me cuida, gilipollas, sólo que no tengo bastante. Lo único que ocurre
es que después del período me pongo cachonda.
—Escucha, nena...
—¡Que te den por el culo!
—Escucha, nena, contempla...
Entonces sacó el gran martillo. Era púrpura, descapullado, infernal, y basculaba
de un lado a otro como el péndulo de un gran reloj. Gotas de semen lubricante
cayeron al suelo.
Rocío de Miel no pudo apartar sus ojos de tal instrumento. Después de un rato
dijo:
—¡No me vas a meter esa condenada cosa dentro!
—Dilo como si de verdad lo sintieras, Rocío de Miel.
—¡NO VAS A METERME ESA CONDENADA COSA DENTRO!
—¿Pero por qué? ¿Por qué? ¡Mírala!
—¡La estoy mirando!
—¿Pero por qué no la deseas?
—Porque estoy enamorada del Niño.
—¿Amor? —dijo Big Bart riéndose—. ¿Amor? ¡Eso es un cuento para idiotas! ¡Mira
esta condenada estaca! ¡Puede matar de amor a cualquier hora!
—Yo amo al Niño, Big Bart.
—Y también está mi lengua —dijo Big Bart—. ¡La mejor lengua del Oeste!
La sacó e hizo ejercicios gimnásticos con ella.
—Yo amo al Niño —dijo Rocío de Miel.
—Bueno, pues jódete —dijo Big Bart y de un salto se echó encima de ella. Era un
trabajo de perros meter toda esa cosa, y cuando lo consiguió, Rocío de Miel
gritó. Había dado unos siete caderazos entre los muslos de la chica, cuando se
vio arrastrado rudamente hacia atrás.
ERA EL NIÑO, DE VUELTA DE LA PARTIDA DE CAZA.
—Te trajimos tus búfalos, hijoputa. Ahora, si te subes los pantalones y sales
afuera, arreglaremos el resto...
—Soy la pistola más rápida del Oeste —dijo Big Bart.
—Te haré un agujero tan grande, que el ojo de tu culo parecerá sólo un poro de
la piel —dijo el Niño—. Vamos, acabemos de una vez. Estoy hambriento y quiero
cenar. Cazar búfalos abre el apetito...
Los hombres se sentaron alrededor del campo de tiro, observando. Había una tensa
vibración en el aire. Las mujeres se quedaron en las carretas, rezando,
masturbándose y bebiendo ginebra. Big Bart tenía 34 muescas en su pistola, y una
fama infernal. El Niño no tenía ninguna muesca en su arma, pero tenía una
confianza en sí mismo que Big Bart no había visto nunca en sus otros oponentes.
Big Bart parecía el más nervioso de los dos. Se tomó un trago de whisky,
bebiéndose la mitad de la botella, y entonces caminó hacia el Niño.
—Mira, Niño...
—¿Sí, hijoputa...?
—Mira, quiero decir, ¿por qué te cabreas?
—¡Te voy a volar las pelotas, viejo!
—¿Pero por qué?
—¡Estabas jodiendo con mi mujer, viejo!
—Escucha, Niño, ¿es que no lo ves? Las mujeres juegan con un hombre detrás de
otro. Sólo somos víctimas del mismo juego.
—No quiero escuchar tu mierda, papá. ¡Ahora aléjate y prepárate a desenfundar!
—Niño...
—¡Aléjate y listo para disparar!
Los hombres en el campo de fuego se levantaron. Una ligera brisa vino del Oeste
oliendo a mierda de caballo. Alguien tosió. Las mujeres se agazaparon en las
carretas, bebiendo ginebra, rezando y masturbándose. El crepúsculo caía.
Big Bart y el Niño estaban separados 30 pasos.
—Desenfunda tú, mierda seca —dijo el Niño—, desenfunda, viejo de mierda, sucio
rijoso.
Despacio, a través de las cortinas de una carreta, apareció una mujer con un
rifle. Era Rocío de Miel. Se puso el rifle al hombro y lo apoyó en un barril.
—Vamos, violador cornudo —dijo el Niño—. ¡DESENFUNDA!
La mano de Big Bart bajó hacia su revolver. Sonó un disparo cortando el
crepúsculo. Rocío de Miel bajó su rifle humeante y volvió a meterse en la
carreta. El Niño estaba muerto en el suelo, con un agujero en la nuca. Big Bart
enfundó su pistola sin usar y caminó hacia la carreta. La luna estaba ya alta.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

CAMILLA CELESTE


Por las noches Larvas y enjambres de soles Se deslizan por los brazos

De mis muertos

Declarados locos, esquizoide Y desangrados

Mis amigos Me visitaron en sueños

Cruzaron los ríos con ojos vendados Animas Y mujerzuelas Entrando a la bocacalle

De una jeringa

500 noches sin abrir las venas Son ya 500 minutos por el cosmos Abrir y cerrar de piernas ante el gran juez Que me quita los puñales del infierno

Y dictamina que mi cabeza Debe rodar Por la corriente eléctrica Del oleaje

Al abrir la ventana de mi carne Un hombre que soy yo Se quita la piel Y sacude sus miedos sobre las flores Que posan En las revistas de decoración

En esta gran sala de espera, los pasillos huelen A sangre seca

A estornudo Y naipes tachados con garabatos

Espero que un constructor Ponga en su lugar La otra mejilla del mundo Sobre los cimientos y costillas Hasta popular efemérides y guerras mundiales

No podré alcanzar un mínimo de cordura

No tenemos la culpa, me decían

Yo los entiendo, sólo Son humanos Bestias Flemas de imperios

Fueron empalados sobre espejos gigantes Murieron lobotomizados con grandes picanas

Hasta parir casas e hijos rubios De buen talante

No tengo nada más que este cielo El ladrido El bullicio de los autos Los floristas gritando La sirena de unos bomberos Y policías

Desvanezco mi risa sobre la temperatura de mi abdomen Que contiene manchas de yodo Pequeñas cicatrices de guerras,

Me dicen que soy Huiana Capac El sobreviviente De los entenados de Adán y Eva

Frente al baño Hay humedades Y quejidos de hombres que respiran Y contienen en sus cuerpos Penachos Con grandes ojos De búhos

Una artillería de hachas y fusiles se esconden en los revés de las cabezas

Un país Como Espada Le brota entre las empuñadoras

A Guacolda, la de pelo azul Que fuma su último Lucky Strike

Para lanzarse A los cocodrilos Que ahí Allá abajo.

FAUNA


Levanto el mausoleo del día primero en vertical disparo sobre mi pecho de hielo,

mientras tú eras el primero en pedir mi condena,

el delgado hilo de tu mirada contra mi dentadura, sobreviviendo al exilio de mis tripas

tomé la fuerza de mi colmillo, clavé tu columna e hice un gesto inmortal sobre tu traje, para que no olvides que el rinoceronte de luz todavía vive, acicalando el pastizal rubio del infierno.