viernes, 16 de noviembre de 2012

Sueños y Flores de nuestra neopatria



El viento se desataba huracanado esta mañana.

Yo,
Lucía (prefiero no decir mi apellido por respeto a mi esposo)
 sí, sí lo digo                 Lucía de Pinochet, 
he germinado de nuevo en esta Nación.

Soñé anoche que el Ejército Glorioso de Chile me llevaba en una caravana en el desierto,
por el cual veía colgados indios y cholos,
putas y comunistas, todos con un color azuloso y sanguinolento 
en sus caras.

El sol les había decolorado las ropas y mientras más
avanzaba el destacamento llevándome a las espaldas,
 más y más ahorcados veíamos.

El Ejército Glorioso de Chile tenía hombres musculosos y bronceados por el metal amargo del Norte,
por el soplido de la arena y la virilidad propia que da la sangre araucana e hispana.
 No nos alcanzó para ser AustroHungría pero tenemos
un batallón de mestizos y valientes que podrían matar
por una botella de pisco:



CESÓOOO el tronar de cañoooones,
las triiiiiincheras yacen sileeeeentes,
y poooor los caminos del nooooorte
vuelven los batallones,
vuelven los escuadrones,
a Chiiiile y a sus viejos amores.


 Yo, Lucía de Pinochet, soy chilena y de piedra.
Tan de piedra como el Morro de Arica donde jovenzuelos 
atiborraron sus vidas en montículos.
Tan de arena como una Margaret Tatcher del Desierto,
pintarrajeada como una tataratataratataranieta  de Inés de Suárez.
Mi corazón no dice tictac
 ni bumbumbumbum,
sólo un pequeño susurro que surge bajo la piel, 
                                          no desde la carne.

Los chicos me trajeron
en el sueño, hasta una catedral jesuita.
Bailaban lacónicos, tristes una ópera borroneada
 en algunos fragmentos.
Algunos dejaban de  cantar y transcurrido el sueño,
se volvieron pájaros y caracoles.

Esta mañana desperté con el viento huracanado del Cajón del Maipo.
Las hortensias tenían el mismo color que los ojos de los muertos.
Las hortensias me miran con odio.
Mandaré al jardinero a cortarlas.