El viento
se desataba huracanado esta mañana.
Yo,
Lucía
(prefiero no decir mi apellido por respeto a mi esposo)
sí, sí lo digo Lucía de Pinochet,
he
germinado de nuevo en esta Nación.
Soñé anoche
que el Ejército Glorioso de Chile me llevaba en una caravana en el desierto,
por el cual
veía colgados indios y cholos,
putas y
comunistas, todos con un color azuloso y sanguinolento
en sus caras.
El sol les había decolorado las ropas y
mientras más
avanzaba el
destacamento llevándome a las espaldas,
más y más ahorcados veíamos.
El Ejército
Glorioso de Chile tenía hombres musculosos y bronceados por el metal amargo del
Norte,
por el
soplido de la arena y la virilidad propia que da la sangre araucana e hispana.
No nos alcanzó para ser AustroHungría pero
tenemos
un batallón
de mestizos y valientes que podrían matar
por una
botella de pisco:
CESÓOOO el tronar de
cañoooones,
las triiiiiincheras yacen sileeeeentes,
y poooor los caminos del nooooorte
vuelven los batallones,
vuelven los escuadrones,
a Chiiiile y a sus viejos amores.
las triiiiiincheras yacen sileeeeentes,
y poooor los caminos del nooooorte
vuelven los batallones,
vuelven los escuadrones,
a Chiiiile y a sus viejos amores.
Yo, Lucía de Pinochet, soy chilena y de
piedra.
Tan de
piedra como el Morro de Arica donde jovenzuelos
atiborraron sus vidas en montículos.
Tan de
arena como una Margaret Tatcher del Desierto,
pintarrajeada
como una tataratataratataranieta de Inés
de Suárez.
Mi corazón
no dice tictac
ni bumbumbumbum,
sólo un
pequeño susurro que surge bajo la piel,
no desde la carne.
Los chicos
me trajeron
en el
sueño, hasta una catedral jesuita.
Bailaban
lacónicos, tristes una ópera borroneada
en algunos fragmentos.
Algunos dejaban de cantar y transcurrido el sueño,
se volvieron pájaros y caracoles.
Esta mañana
desperté con el viento huracanado del Cajón del Maipo.
Las
hortensias tenían el mismo color que los ojos de los muertos.
Las
hortensias me miran con odio.
Mandaré al
jardinero a cortarlas.
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